martes, 30 de junio de 2009

Capítulo II: Bíonn gach tosú lag.

Dedicado a quienes me leen... y sobre todo a Paulette y Chimel.

Lluvia.


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Habían pasado dos semanas desde el casamiento, mas las cosas entre ellos no habían mejorado para nada.

Se encontraban en Los Roques, Venezuela de luna de miel. Era un paraíso tropical bellísimo, digno de ser visitado.

El calor era abrasivo a pesar de que se encontraban en invierno. La temperatura no bajaba de los treinta grados y aquello ya se había vuelto insoportable.

Una pareja de recién casados se hallaba sentada frente al turmalino océano, mientras la blanquísima y caliente arena le servía de asiento a uno de ellos, Lilian, ya que Ben se encontraba sentado sobre una preciosa silla de playa.

-Llamó tu madre más temprano –le comunicó el castaño a Lilian.

-¿Qué quería? –preguntó secamente ella. Aún no perdonaba a su madre por haberla sometido a tal castigo.

-No lo sé –contestó sin darle importancia -… seguro querría saludarte.

Ella sólo asintió con un movimiento de su cabeza y agregó: -Quiero volver a Seattle.

Él la miró con confusión. -¿Por qué? –él no podía creer que ella prefiriese el clima húmedo de su ciudad a la belleza que se alzaba ante sus ojos.

-Me recuerda a Irlanda –confesó algo triste, escondiendo parte de la “verdad.”

Él se quedó pensativo unos momentos y luego la miró con atención. -¿Por qué no me dijiste e íbamos a Irlanda, Lilian?

Ella le dirigió una mirada furtiva… odiaba su nombre completo. Ben sonrió de lado, satisfecho de molestarla cada vez que podía.

-Porque esto –dijo refiriéndose a la luna de miel –es un regalo de tu madre. No puedo cambiar un obsequio, Ben.

La rubia miró sus pies, los cuales estaban llenos de arena y se encontraban un poco más bronceados que hacía dos semanas atrás, cuando ellos habían arribado al lugar. El sol abrasaba su nuca mientras su esposo se hamacaba en la pequeña silla de playa.

-Si puedes –dijo él mientras miraba el océano y disfrutaba del turquesa del agua.

La rubia le dedicó una profunda mirada y luego la ubicó en el punto que él la tenía. -¿Por qué te casaste conmigo?

El castaño resopló. Era la décima vez que ella le hacía esa pregunta y Ben nunca se la respondía.

-¿Por qué te casaste conmigo, Ben? –repitió la chica.

-¿Por qué quieres saberlo, Lilian? –preguntó él harto ya de la situación.

-Me intriga –se encogió de hombros -, sólo eso.

La chica se quitó su musculosa blanca, quedando así con su bañador. Su esposo la miraba de arriba hacia abajo, él no podía decir que su mujer no era hermosa: su pelo rubio caía onduladamente adornando su espalda, su cintura pequeña le daba un aspecto más angelical, su trasero… ”¡Oh, por Dios!” Pensó él con malicia… sus largas y contorneadas piernas… si a eso le sumamos el bello rostro que ella poseía... diríamos que era perfecta.

-¿Adónde vas?

La chica volteó y dirigió sus ojos miel a su esposo, quien la miraba divertido.

-Creo que es obvio que iré al agua, ¿o no? –ironizó.

Él levantó una ceja y cogió la remera que Lily había lanzado al suelo y la colgó en la cabecera de su silla de madera.

Observó cómo su esposa se adentraba al océano con un movimiento grácil de sus caderas. Tomó un cigarrillo que tenía en su bolsillo y con un cerillo lo encendió.

Reclinó nuevamente un poco su asiento para atrás y comenzó a recordar…


Lilian siempre fue su mejor amiga… su mejor amiga hasta los doce años. Desde que él entró en la pubertad, las cosas cambiaron muchísimo: ya no iba a visitarla, ya no la invitaba a dormir a su casa… ya no la tenía para nada en cuenta.

Recordaba que la rubia seguía llamándolo, yéndolo a buscar… mas nada era suficiente. Él no la registraba. Siempre que tocaban el timbre, hacía que sus sirvientes atendieran y alegaran que “Ben” no se encontraba.



Sonrió de melancolía al recordar aquellos momentos en que se fue convirtiendo de a poco en un hombre, como decía su padre.


¿Por qué se había casado con ella? Bueno… ni él estaba muy seguro de la respuesta. Sólo había hecho lo que le habían ordenado…


-Te casarás con ella –sentenció un hombre alto, con escaso cabello blanco y de ojos cafés iguales a los de él.

-La lastimaré, lo sé… y ella no se lo merece –miró a su padre con mucho odio.

Su padre giró sobre Ben unos momentos y el castaño lo fulminó con la mirada.

-¿Desde cuándo te importa tanto Lilian, Ben? Que yo sepa, hace unos días los encontré peleando…

-A pesar de nuestras continuas discusiones –contestó el chico -, ella es una buena persona y yo me conozco demasiado –se levantó del sillón de cuero blanco, sobre el cual estaba sentado para dirigirse a la ventana que daba hacia el gran jardín esmeralda de los Sparklesly.

-Te casarás con ella y punto –las facciones finas de su padre se endurecieron y sus ojos cafés se transformaron en dos rendijas.

-¡No! ¿Para qué quieres que me case con ella? ¿No tenemos acaso demasiado dinero?

Su padre se giró sobre sus talones y lo tomó por el cuello de la camisa, alzándolo unos centímetros, dejando a su hijo a su misma altura.

-Te casarás con ella y no se habla más del tema –soltó a Ben y éste logró sostenerse con sus pies, aunque perdió un poco el equilibrio.

-No lo haré… yo no podré contenerme de nada porque, simplemente, no la amo…

-Lo harás –dijo su padre calentando sus manos en la enorme chimenea que se encontraba en la habitación -, o mataré a tu madre…



Recordar la amenaza de su padre le heló nuevamente la sangre. Observó al mar y allí estaba ella… tan frágil, tan angelical como siempre. ¿Acaso lograría pasar tiempo sin lastimarla?


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-Cisa, despierta –la empleada zamarreó un poco a la castaña que se encontraba dormitando en su gran cama de barrotes altos. Se removió un poco y el edredón celeste que cubría su camastro cayó un poco hacia el lado derecho del mismo.

-¿Qué hora es? –preguntó Narcisa Montsuri algo somnolienta.

-Las diez de la mañana, señorita –respondió la sirvienta, mientras le preparaba la ropa del día.

La castaña de ojos verdes se incorporó en su suave y cómoda cama. Restregó sus ojos a causa del cansancio y bostezó. Miró por la ventana que se encontraba frente a su enorme cama y suspiró… nuevamente estaba nublado.

Tomó sus ropas y se metió al baño… hoy sería un día extremadamente largo.



-¡Narcisa Anaïs Montsuri! ¡Baja en este preciso instante! –rugió su madre desde el piso de abajo.

Bufó. ”¿Acaso siempre tiene que ser tan escandalosa?” Pensó con aburrimiento la castaña, mientras terminaba de ponerse unos zapatos color marfil que hacían juego con su corto vestido blanco.

Se fijó por última vez si estaba perfecta en el espejo que se encontraba a la izquierda de su cama y, tras comprobar que su reflejo no mentía, se dispuso a bajar y a callar a su chillona madre.

Bajó las largas escaleras mientras sus pies hacían un ruido infernal cuando chocaban con los escalones, logrando que la madera crujiese bajo sus pequeños pies, provocando un eco simple en la mansión.

Al llegar al comedor, Narcisa se quedó bajo el umbral de la puerta al ver a sus primos y a su hermano sentados en la mesa, dispuestos a almorzar. Su madre la esperaba con cara de pocos amigos. Se acercó a su hija sin quitarle la mirada de odio que refulgía en su mirada, mientras Cisa levantaba su frente, irguiéndose en su totalidad.

-Buenos días prima –saludó con hastío Paulette, una chica de cabello chocolate y ojos grises.

La castaña la miró con repugnancia y se limitó a contestar: -Buenos días.

Tomó asiento junto a su madre, quien se sentaba en la punta de una mesa enorme, la cual poseía quince sillas en total.

-¿Por qué has tardado tanto? –le susurró su hermano mayor al oído. Ella se separó y observó al rubicundo que estaba a su lado. Lo miró con el mismo hastío que su prima hermana le había dedicado.

-Estaba bañándome –tajó mientras se ponía una servilleta para no manchar su vestido.

-Chad, Narcisa –los llamó su madre. Ambos hermanos levantaron su cabeza y posaron sus ojos en su madre -. Basta.

La chica de ojos verdes se acomodó en la su silla y bajó su vista hacia el plato de porcelana que aún estaba vacío. Se le revolvió el estómago de sólo pensar que pronto allí habría hígado con cebolla. ”Puaj…” era lo que más odiaba sobre toda la maldita tierra.

Siguió un rato jugando con su tenedor hasta que el cocinero hizo su aparición en la enorme sala.

El señor regordete, quien era el Chef personal de la familia Montsuri, llevaba en sus manos dos enormes fuentes, las cuales Narcisa estaba segura que poseían su platillo más detestado.

-Buenos días, señores –saludó atentamente Paolo a todos los presentes -. Hoy serviremos hígado con cebolla y una guarnición de papas asadas… espero que sea de su gusto.

La oji-verde levantó su vista y se topó con los grises y apáticos de su prima menos favorita. La pasó por alto. A la izquierda de Paulette, se encontraba Cyril, su pequeño primo de diez años y cabello rizado de color chocolate y ojos miel, al igual que ella. El niño le dedicó una cálida sonrisa, la cual ella respondió.

”¿Por qué tengo que estar aquí, fingiendo que todos me caen bien?” Resopló angustiada. Odiaba a su familia, sobre todo a su madre y a su prima. Chad jamás la molestaba, y si le dirigía la palabra era simplemente por pura necesidad.

Y Cyril… bueno, él era un tema aparte. Todavía era pequeño y aún demasiado bueno para pertenecer a esa familia.


El resto de la comida siguió en completo orden. Paulette y la Señora Montsuri se sumergieron en una charla aburridísima acerca de la Universidad, mientras Narcisa continuó jugando, esta vez con el asqueroso corte de carne que habían dejado en su plato.

-Yo creo que Anaïs debería seguir algo –dijo Justine Montsuri, la madre de Lilian, Chad y Narcisa.

Ésta última, al escuchar su segundo nombre, clavó el tenedor que poseía en su mano izquierda en el plato de porcelana que aún contenía su comida.

-Mi nombre es Narcisa –susurró con odio. Detestaba que su madre la llamase por su segundo nombre. Le parecía tan… estúpido.

-No, tu nombre es Narcisa Anaïs…

-¿Seguir algo como qué, madre? –la chica obvió el tema de su nombre, porque ya era un caso perdido, y decidió enfocarse a la “acotación” anterior que su progenitora había formulado.

-Como una carrera universitaria, Narcisa –agregó su prima con recelo. La castaña le dedicó una mirada furtiva, mas luego la reemplazó por una falsa sonrisa.

-No hay nada que me interese todavía, a decir verdad –contestó la chica sin problemas, mientras observaba sus uñas despreocupadamente. –Pero seguiré buscando…

-Es que todavía no hay carreras de prostituta en la Universidad –susurró Paulette entre dientes.

La castaña se levantó de un respingo provocando que la silla en la cual estaba sentada cayese al piso haciendo un estrepitoso ruido.

-¿Cómo me has llamado? –masculló Cisa con agresividad.

Su prima la miró con fingida sorpresa. -¿A qué te refieres? –tiró su cabello hacia atrás restándole importancia a la “escena” que había montado la chica de ojos verdes hacía unos segundos.

Justine miró a su hija amenazadoramente; mas Narcisa no dio el brazo a torcer.

-¿Por qué siempre permites que ésta –se refirió con desdén a Paulette –me insulte? ¡Soy tu hija, maldita seas! –sus ojos se volvieron cristalinos a medida que pronunciaba esas acusadoras palabras.

-Esta es mi casa, Narcisa. ¿Acaso debo recordártelo? Además, has sido tú quien se ha mostrado apática con Paulette… ella no tiene la culpa de nada–sentenció la madura mujer escuetamente, sentada apaciblemente sobre su alta silla de cedro lustrado mientras mantenía sus semi-arrugadas manos juntas como si nada hubiese sucedido.

Narcisa no podía creer que su madre siempre defendiese a la chica de cabello color chocolate en vez de a ella… su propia sangre.

La castaña posó sus manos en la mesa y fijó sus ojos en su prima, quien la miraba divertida. Luego, tomó su copa de vino tinto y se la lanzó en la cara a la chica de cabello color chocolate.

-¡Pero qué demon…! –exclamó ofendida Paulette.

Cyril rió y Narcisa lo acompañó. La chica de ojos grises miró con odio a la castaña, mas no le dio el gusto de que la viera molesta así que se unió al gesto de felicidad.

Chad, por parte, se mantenía apacible sin entrometerse absolutamente para nada en la pelea que se alzaba ante sus azulinos ojos.

-¡A tu cuarto, AHORA! –bramó su madre, harta del comportamiento de su hija menor.

-De todas formas, ya me iba. ¿Quién quiere quedarse en una mesa llena de arpías?

La mirada de asco que le propinó Justine a su hija logró quitarle el poco amor que a la castaña le quedaba por su progenitora.



Se encontraba en jardín trasero de la enorme Mansión Montsuri, el cual siempre estaba perfectamente adornado por rosales, jazmines y narcisos… apretó los dientes al ver las flores amarillas y hermosas que le hacían acordar a su odiada prima.

Ella había logrado quitarse el vino de su cara, pero no pudo con el olor y con las manchas que se habían dibujado en su camisa blanca. Su cabello rizado olía a alcohol y sus ojos se encontraban algo irritados a causa de que la bebida había entrado un poco por ellos.

Se encontraba maldiciendo por lo bajo, cuando sintió unas manos protectoras tomándola por la cintura.

-¿Por qué trataste así a mi hermana en la mesa? –preguntó una voz masculina en su oído.

Ella se sobresaltó al sentirlo tan próximo a su cuerpo.

Volteó y se encontró con el rostro ya no tan aniñado de su primo. Su nariz comenzaba estrecha y terminaba algo ancha, sus pómulos se encontraban algo salidos y su mentón rígido, mientras sus carnosos labios rosados se curvaban en una pulida sonrisa.

Ella acarició sus broncíneas mejillas y cerró los ojos al sentir la textura cremosa de la piel de Chad.

-Te he extrañado, Paulette –susurró él cerca de sus labios. La chica tembló bajo sus efímeras caricias, mas se apartó de su lado.

-Esto no está bien, Chad –apoyó su frente en la blanquecina pared, cerrando sus ojos y respirando profundo. El rubio lograba sacarla de sus casillas y a él parecía gustarle.

-¿Por qué no? –el rubio posó una de sus varoniles manos sobre la espalda de la castaña y comenzó a frotarla.

-Ya sabes que lo nuestro fue un error –ahora había volteado y dejó su espalda sobre el frío muro pálido. Desvió sus ojos hacia el cielo color gris perla y suspiró: odiaba los días nublados.

-¿Por qué trataste así a mi hermana en el almuerzo? –repitió él una vez más, esquivando el tema anterior.

Paulette clavó sus grisáceos ojos en los azulinos de su primo. Lo sometió a un escrutinio insoportable, aunque a él no pareció importarle en absoluto.

-Tú bien sabes que tu hermana logra sacar lo peor de mí –confesó mientras se acercaba a una pequeña mesa blanca de madera que poseía tres sillas haciendo juego y tomó asiento en una de ellas.

-Tú no eres así, Paulette –negó con un gesto de su cabeza el joven Montsuri, a medida que se acercaba a su prima y tomaba asiento a su lado.

Al sentarse, tomó la mano de la joven y ésta suspiró. –No Chad, no…

-¿Por qué me evades tanto, Paulette? ¿Acaso no recuerdas lo mucho que te quiero?

Ella se levantó con brusquedad de la silla y lo miró acusadoramente. El mobiliario, ante el acto de la chica, cayó sobre un rosal y aplastó la gran mayoría de las flores que éste había dado.

-Mi madre te matará –sonrió el chico mientras musitaba aquella divertidas palabras.

Ella se acercó a la pequeña mesa y posó sus manos en ella, tal cual había hecho su prima en el almuerzo, y bajó su mirada.

-¿Por qué me haces esto, Chad?

Él se levantó con parsimonia y, nuevamente, la abrazó por detrás aprisionándola contra su esbelto y fornido cuerpo.

-Porque siempre fuiste y serás todo, Paulette…


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Una chica de unos veinte y tantos se encontraba observando por la ventana de la lujosa suite del lujurioso hotel en el cual estaban hospedados.

Por la lumbrera se colaba un apagado sol que ahora se encontraba escondiéndose por el hermoso oeste y que, a su vez, aún lograba iluminar algo de la preciosa suite.

Sus ojos miel estaban posados en una pareja feliz que se encontraba en la calle que quedaba frente al hotel. Parecían recién casados. Él tomaba la mano de su mujer, quien era de tez morena y cabello oscuro, con suma delicadeza y le dirigía una hermosa mirada cargada de ternura con sus ambarinos ojos.

-¿Qué miras? –una voz masculina logró sobresaltarla, mas no debía voltear para confirmar que se trataba de su marido.

-Nada –mintió al mismo tiempo que se giraba sobre sus talones y adquiría, una vez más, un panorama entero de la enorme habitación en la que se encontraban.

Las paredes de la misma se hallaban forradas con un finísimo papel caro de color hueso, las puertas eran blancas con perillas doradas y en el centro del cuarto se encontraba un enorme sommier con un respaldar bellísimo en hierro pintado de una tonalidad exacta a las de las paredes.

-¿Qué mirabas? –repitió él en un tono más intimidante.

Ella levantó sus ojos y su frente, irguiéndose completamente ante él, mirándolo como si de una basura se tratase.

-He dicho que nada –tajó, harta de que no le creyese lo que decía.

Ben la miró con desconfianza, aunque luego sacudió su cabeza olvidándose del tema. Se encontraba vestido sólo con una toalla y su corto cabello castaño chorreaba un poco de agua, a causa de la reciente duchaba que acababa de tomar.

Ella se recostó en uno de los sillones que había en la gran habitación y tomó uno de sus libros favoritos: ”Como agua para chocolate”… un libro que ahora más que nunca entendía.

Tita era sometida a cuidar a su madre, y ella, Lilian Montsuri, era sometida a cuidar de un imbécil por el resto de sus días. Tita no podía casarse, ella debía casarse, por estúpidas órdenes de su madre. Suspiró al ver el centenar de similitudes que poseía con aquél personaje de ficción.

Centró sus ojos en un punto fijo de la lectura, mas sólo los tenía allí, sin moverlos, sin siquiera leer un poco.

Su mente divagaba en la escena que acababa de ver: una pareja feliz… enteramente feliz. ¿Acaso existiría para ella algo así?

Cerró sus ojos mientras una lágrima se escurría por su pálida mejilla. ”¿Por qué a mí?” Se preguntó una vez más.

Las manos sedosas de su marido le quitaron el libro de las manos, y éste lo arrojó lejos, provocando que cayese sobre una de las blancas mesitas de noche que se encontraban junto al gran camastro y que rompiese un velador.

-¿Qué sucede? –la rubia se incorporó rápidamente y llevó una de sus manos a su latiente corazón.

Ben la agarró por la cintura y la pegó a su cuerpo. Ella viró su rostro para no sentir su húmeda respiración sobre sus labios. Su músculo vital apaciguó el ritmo cuando se dio cuenta que sólo era Ben intentando persuadirla de tener sexo… una vez más.

-Mírame Lily –exigió él, mientras acomodaba un rubio mechón rizado tras la oreja izquierda de su esposa.

-¿Qué quieres, Ben? –inquirió ella sin girar su rostro, sin acatar su “orden”.

-Mírame… por favor –acarició una de sus pálidas mejillas con tranquilidad.

La chica de ojos color miel desvió su vista hasta los castaños de su marido. Él esbozó una sonrisa triunfadora que a ella no le agradó en lo más mínimo.

El joven se inclinó y besó el cuello inexplorado de su esposa. Ella tembló ante ese gesto, dado que jamás había experimentado tanta proximidad con un hombre antes. Él sonrió mientras lamía su garganta tiesa.

-¿Eres virgen, Lilian? –la pegó aún más a su cuerpo y, para desgracia de ella, esto provocó que perdiesen el equilibrio y que ambos cayesen sobre la cama.

Ben se colocó sobre la chica impidiéndole escapar. Ella miró hacia otro lado.

-¿Qué te importa? –preguntó como una niña pequeña.

El lanzó una carcajada por lo bajo, y agregó: -Me importa porque soy tu marido –enfatizó la palabra ”tu”.

Ella imitó su gesto de diversión, sólo que lo utilizó irónicamente. –Cuando te conviene.

-¿A qué te refieres? –preguntó él algo enojado.

Lilian se sentó y consiguió sacarse a su semi-desnudo marido de encima. Lo miró por unos segundos con hastío, y respondió: -¿Cuánto tiempo pasarás sin engañarme, Ben? –Al ver que el chico no contestaba, agregó -¿Lo ves? Ni tú eres capaz de decirme si realmente me respetarás.

-¿Insinúas que tú serás casta y pura durante todo nuestro matrimonio? –inquirió él con un dejo de ironía. -¡Por Dios, Lilian! ¿Por quién me tomas? ¡Pronto caerás en las manos de algún infeliz y sucumbirás ante los placeres de la vida! ¡Créeme!

La rubia lo observó por unos segundos sin poder creer en lo que su mejor amigo se había convertido.

-¿Qué sucedió con aquél chico de ojos castaños y sonrisa vivaz que solía llamarme mejor amiga? –preguntó apenada, al observar que su esposo se encontraba incrédulo ante su reacción tranquila.

Ben tomó asiento nuevamente en la preciosa cama, y escondió su cara entre sus brazos. Lilian se sentó a su lado sin tocarlo, y confesó en un hilo de voz:

-Extraño a ese niño...

Él suspiró y le pegó al mullido colchón, consiguiendo únicamente que éste se moviera tan sólo un poco.

-¡Basta! –Bramó -¡Ya me cansé, Lilian! Estas dos semanas he intentado acercarte a mí… no te pido que me ames porque, de hecho, yo no te amo. Sólo te pido una noche…

En su perfecto rostro pálido se dibujó una triste sonrisa. –No puedo darte lo que me pides. Para mí, entregarme es por amor… no por deseo.

Él la tomó de la barbilla y lo obligó a mirarlo. –Hoy dices eso… luego estarás revolcándote con cualquiera por placer. Es increíble lo vírgenes que se oyen tus palabras –escupió él con recelo.

La rubia lo miró incrédula por unos segundos, mas luego lo abofeteó con fuerza y firmeza.

El castaño llevó sus manos hacia el lugar donde había recibido el golpe y murmuró un sinfín de inaudibles insultos hacia su esposa, aunque no le dijo directamente nada.

Ella se levantó de un sopetón de la cama, y dijo: -¡Si lo que quieres es revolcarte con alguien, yo misma te pago a alguien que te haga el trabajo! –exclamó sorprendida de sus propias palabras.

Se dirigió a la blanquecina puerta y se dispuso a salir. Sus pequeñas manos se posaron en la dorada manija y la presionaron con ansiedad, logrando que el portillo se abriese.

Esta vez, su esposo no la siguió ni la detuvo.

lunes, 22 de junio de 2009

Capítulo I: La boda.

Libro dedicado a:

CHIMEL, quien como ya le he dicho la considero mi mentora. Ella me ayuda en todo lo que puede en cuanto a mi narración y en cuanto a lo que pasa en mi vida. Es mi escritora favorita y es de esas personas que suelen convertir la arena en oro. Además de ser una excelente amiga... ¡te adoro Chimel!

A mi mamá, persona que me ayuda día a día con todos mis problemas y quien sabe resolverlos. Ella me insipiró la pasión por la lectura y por la escritura. ¡Te amo!

Y a todas las personas que alguna vez me leyeron, ya sea en mis fics o en algunos poemas. Ya saben lo importantes que son, las adoro, siempre apoyándome y animándome. ¡Gracias! ¡Las quiero muchísimo!


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Los invitados sonreían. Mentiría si dijese que nadie lo hacía, puesto que todos lucían en sus altivos rostros aquella mueca de felicidad que sólo era digna de días festivos.

Estaban divididos en dos grupos, el de la derecha; Los familiares de la novia y el de la izquierda; Los familiares del novio. No se podría decir a ciencia cierta quién tenía más invitados, dado que ambos lados se encontraban repletos de la elite del estado de Seattle. Podía notar que los invitados vestían atuendos de los mejores diseñadores y lucia las joyas más brillantes y escandalosas que hubiera visto en mi vida.

La marcha nupcial cortó abruptamente el cuchicheo de los invitados, logrando que éstos se sobresaltaran. Miraron hacia atrás quedando boquiabiertos: Una chica de estatura mediana y cabellos rubios se alzaba majestuosa e inmaculada ante sus ojos. La música se volvió un poco más fuerte. La novia levantó la vista dirigiéndola hacia el frente esquivando los ojos cafés de su marido. No deseaba mirarlo, de hecho, no deseaba estar en ese lugar, mas se mostró indiferente y decidida.

Si se encontraba en aquél sitio era porque su madre le imploró que lo hiciese. ¡Qué estúpida! Pensó contrariada. Unas enormes ganas de salir corriendo la invadieron repentinamente. Se podía decir que estaba siendo absolutamente manipulada, lo cual era cierto, pero ella no se atrevía a aceptarlo.

Nadie la acompañaba en su corto trayecto hacia una muerte en vida, nadie le decía: “¡Detente y sálvate!” Su hermano mayor se negaba a entregarla, alegando que aquello era una completa locura. Ella lo aceptó porque él tenía razón, pero la diferencia era que el chico era más valiente y solía llevarse más el mundo por delante, mientras que la rubia solía ser sumisa y retraída.

Sus pies la llevaban por inercia. En su rostro se había dibujado una perfecta sonrisa falsa, la cual resaltaba sus hermosas facciones: Su cabello rubio se encontraba suelto y perfectamente rizado, su rostro parecía de porcelana moldeada por los mismos dioses mientras que sus ojos miel denotaban una tristeza agonizante que no combinaba en absoluto con nada de lo que traía puesto.

El vestido era de seda, largo siendo arriba de forma de corazón terminando con una pequeña cola que arrastraba en la alfombra roja que adornaba su andar.

Llegó junto a su esposo quien la esperaba algo impaciente. La miró cínicamente para luego desviar su rostro hacia el cura que se encontraba frente a ellos.

El ministro tosió acaparando la atención tanto de los presentes como de los novios.

-Estamos aquí para reunir en sagrado matrimonio a Lilian Montsuri y a Ben Sparklesly… -la rubia dejó de escuchar luego de que pronunciasen el nombre de quien sería su marido en cuestión de minutos.

Dejó su mente flotar libre sobre los recuerdos de amores pasados, Jamás había estado con otro hombre, jamás se había enamorado y mucho menos había hecho el amor; Era pura y casta en todos los aspectos, por más que siempre había querido explorar a fondo aquello que todos llamaban… “amor.”

Nunca sintió lo que sus amigas contaban: piel de gallina, manos sudorosas, tartamudeo y muchos menos había experimentado las tan famosas “mariposas en el estómago”, siempre alegó que aquello era una estupidez.

El hombre que frente a ella estaba lejos de hacerla sentir algo parecido; la trataba con indiferencia y sólo se casaba con ella por interés. Lilian se encontraba en aquellos momentos contrayendo matrimonio con esa lacra sólo porque su madre había insistido.

Ella recordaba con exactitud las palabras que su madre había profesado:


Una mujer parecida a su hija con los ojos verdes, su estatura era mediana y un gesto en su rostro que demostraba histeria.

-Cásate con él –rogó hacía seis meses -. Cásate con él y yo seré feliz –se excusó.

-No quiero casarme con él –expresó con lágrimas su hija del medio -, no quiero casarme con alguien que me ve de esa manera… -una lágrima cayó escurridizamente por su pálida y cremosa mejilla. Su madre alargó su fina mano llena de anillos de oro y limpió el rastro del llanto de Lilian.

-Con el tiempo aprenderán a amarse… -le aseguró la mujer que poseía su mismo color de cabello y el mismo tipo de piel, sólo que la de su hija era más compacta a causa de la edad –No me defraudes como tu hermano –agregó molesta.

-Sabes que no poseo el coraje de Chad –zanjó la chica, harta del tema -. Además –continuó – soy demasiado joven para contraer matrimonio.

La mujer negó con un movimiento de su cabeza. –Estás estupendamente para esto –contestó molesta su madre. -. No hablaremos más de esto –dio por finalizado el tema.La rubia rechinó sus dientes y su mirada se volvió amenazadora.

–Te odio… -masculló, aunque su madre pudo oírlo…


-Lilian –se sobresaltó al escuchar su nombre -, ¿aceptas por esposo a Ben Sparklesly, prometiendo amarlo y respetarlo, en la salud y la enfermad hasta que la muerte los separe? –"¿Amarlo y respetarlo? ¿Cuidarlo en la salud y la enfermedad? ¿Hasta que la muerte nos separe?" Pensó espantada.

¿Acaso podría amarlo? Tal vez respetarlo fuese un poco más sencillo, pero amarlo era un tema aparte. ¿Cuidarlo? Ni hablar. Desvió sus ojos hacia el padre quien la miraba expectante para luego pasarlos hacia el castaño que se encontraba igual que el cura, sólo que aún seguía su mueca cínica plasmada en su perfecto rostro.

-Sí, acepto –aquellas palabras quemaron la garganta de la chica y lograron que se mareara un poco.

-Yo los declaro marido y mujer –las lágrimas salieron expulsadas de sus ojos color miel como si fuesen misiles. Bañaron su rostro con furia, pero sólo ellos sabían lo que significaba para la rubia: su infierno personal había comenzado. -. Ahora puede besar a la novia –anunció el cura.

Ben se acercó lentamente hacia ella y tomó su cara fina entre sus manos. Se aproximó a la boca de la chica, la cual era carnosa y roja como una cereza. Posó sus finos labios sonrosados y los apretó con los de la chica. Era el primer y único beso que se habían dado y fue más frío de lo que ambos esperaron alguna vez.

A sus espaldas los invitados vitorearon y aplaudieron incansablemente a la pareja, la cual seguía unida en ese frívolo y efímero beso. Al separarse por sus ojos pasó el odio y la repugnancia, mas nadie se daba cuenta de aquél hecho.

Él tomó su mano y la incitó a caminar por el pasillo por el cual ella había pasado anteriormente. Ella se aferró a su ahora marido sólo porque temía caerse en cualquier momento, la conmoción la tenía estresada, sentía que de un momento para otro podría desvanecerse en un abrir y cerrar de ojos.

A medida de que avanzaban por el estrecho y largo pasillo los espectadores lanzaron burbujas de jabón, arroz y papel picado. Todos se veían felices… bueno, todos menos ellos.

-¡Lily! –gritó una voz conocida a sus espaldas. La rubia volteó y se encontró con los ojos verdes de su madre, los cuales la miraban felices y contentos. -¡Los felicito! –exclamó dirigiéndose a ambos. La chica percibió la felicidad de su madre aunque no se sintió contagiada por ella.

-Gracias, señora Montsuri –agradeció el castaño contestando antes que su mujer -. Le agradecemos todo lo que ha hecho por nosotros… -en su rostro se dibujó una pícara sonrisa y besó la mano de su ahora suegra, provocando que la mujer se enrojeciese.

-Gracias mamá –susurró ella aunque la mujer pudo escucharla.

La chica levantó sus jóvenes ojos para encontrarse con los maduros de su madre, quienes la miraban algo suplicante.-Los dejo solos –se disculpó. “¡Cómo si yo quisiese estar sola con este imbécil!” Pensó ella con enfado.

Ambos la miraron retirarse. La novia quiso escapar pero sintió una mano en su vientre reteniéndola. -¿Adónde vas? –preguntó el castaño en su oído, logrando que ella se estremeciese. Besó su cuello cortamente y ella restregó el lugar donde había posado sus labios, limpiándose el beso. Él la miró con odio.

-Déjame, por favor –suplicó Lilian en susurros.

Ben negó con un movimiento de su cabeza.-Eres mía –le recordó -… eternamente mía.

Ella agachó su cabeza mas él posó uno de sus dedos en la barbilla de la chica, obligándola así a que lo mirase.

-Te odio –dijo la rubia fuerte y claro.

Él le sonrió. –Gracias –murmuró -. Veo que en algo estamos de acuerdo.

-¿Por qué no me dejas ir? –ella había cerrado sus ojos y un par de lágrimas se escurrieron por su gruesas y tupidas pestañas. Sintió que uno de los fríos dedos que le pertenecían a su esposo limpiaba su llanto.

-Porque ambos estamos atados, Lily –ella estaba acostumbrada a que él la tratase por el diminutivo de su nombre.

-Dame el divorcio –le rogó en su oído -. Dame el divorcio -repitió -y te juro que jamás volverás a saber de mí… ¡dámelo por favor! –se aferró al traje de su esposo con fuerza y lloró en su pecho.

Él acarició su cabello con aprehensión y bufó.-Ojalá fuese tan fácil…-susurró.

Sólo lo escuchó el viento.

Prólogo.

Yo no quiero catorce de febrero
ni cumpleaños feliz.

Yo no quiero cargar con tus maletas;
yo no quiero que elijas mi champú;
yo no quiero mudarme de planeta,
cortarme la coleta,
brindar a tu salud.

Yo no quiero domingos por la tarde;
yo no quiero columpio en el jardin;
lo que yo quiero, corazón cobarde, es que mueras por mí.

Y morirme contigo si te matas
y matarme contigo si te mueres
porque el amor cuando no muere mata
porque amores que matan nunca mueren.

No me esperes a las doce en el juzgado;
no me digas "volvamos a empezar";
yo no quiero ni libre ni ocupado,
ni carne ni pecado,
ni orgullo ni piedad.

Yo no quiero saber por qué lo hiciste;
yo no quiero contigo ni sin ti;
lo que yo quiero, muchacha de ojos tristes, es que mueras por mí.



["Contigo" frag. Sabina, Joaquín. (12 de febrero de 1949-)]